Homilía de monseñor Silvio Báez 26 de octubre 2025 Domingo XXX del Tiempo Ordinario
Oct 26, 2025
Hoy Jesús nos cuenta en el evangelio una parábola en la que dos hombres, subieron al Templo para orar (Lc 18,10). Un fariseo y un publicano. El fariseo era un hombre religioso y estricto cumplidor de la ley del Señor; el publicano, en cambio, era un cobrador de impuestos, colaborador del imperio romano, considerado un pecador público, alejado de Dios e incapaz de alcanzar su perdón. Ambos personajes son creyentes y los dos suben al templo para encontrar a Dios. Video transmisión de Parroquia Santa Agatha en Miami
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Queridos hermanos y hermanas,
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hoy Jesús nos cuenta en el evangelio
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una parábola en la que dos hombres
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subieron al templo para orar,
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un fariseo y un publicano.
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El fariseo era un hombre religioso y
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estricto cumplidor de la ley del Señor.
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El publicano, en cambio, era un cobrador
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de impuestos ordinariamente deshonestos,
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colaborador del Imperio Romano,
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considerado un pecador público, alejado
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de Dios e incapaz de alcanzar su perdón.
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Ambos personajes son creyentes y los dos
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suben al templo para encontrarse con
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Dios.
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El fariseo llega al templo y ora de pie.
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erguido, diciendo,
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"Dios mío, te doy gracias."
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Comienza bien.
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Se dirige a Dios agradeciendo,
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bendiciendo.
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Es la oración de bendición con la cual
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en la Biblia se reconocen los bienes
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recibidos de Dios. Sin embargo,
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inmediatamente el fariseo
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deja de dirigirse a Dios, se encierra en
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sí mismo y comienza a enumerar
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las buenas obras que realiza como
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orgulloso e irreprensible cumplidor de
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la ley de Moisés.
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Ayuna dos veces por semana, paga el
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diezmo de todo lo que posee. Además, el
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fariseo pretende dirigirse a Dios
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despreciando a los demás. Te doy
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gracias, Dios mío, comenzó.
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Pero luego añade, te doy gracias porque
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no soy como los demás hombres que son
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ladrones, injustos y adúlteros. Tampoco
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soy como ese publicano.
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Orgulloso de su religiosidad
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y convencido de su superioridad,
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el fariseo desprecia a los demás, los
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juzga y se considera mejor que ellos. Se
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engaña.
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No podemos relacionarnos con Dios
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despreciando y ofendiendo a los demás.
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No se puede alabar a Dios y condenar o
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maltratar a sus hijos amados.
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No podemos pronunciar el santo nombre de
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Dios y al mismo tiempo juzgar, condenar
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o maltratar a nuestros hermanos.
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El fariseo en realidad no ora,
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se alaba a sí mismo,
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aunque está en el templo de Dios.
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practica lo que el Papa Francisco
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llamaba la religión del yo.
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Es la religión de quien por adorar su
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propio yo deja de adorar al verdadero
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Dios.
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El fariseo se enredó y se encerró en un
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monólogo que lo alejó de Dios.
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Había encontrado el camino del templo,
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pero no el camino del corazón.
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En realidad no hizo oración,
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solo habló consigo mismo.
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No bendice a Dios por sus obras, sino
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que se enorgullece de las propias. No
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siente necesidad de Dios. En él todo
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está bien.
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Para él Dios es como un simple notario
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que registra, toma nota y aprueba las
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buenas obras.
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Somos como el fariseo
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cuando la religión nos convierte en
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personas egoístas
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y arrogantes,
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incapaces de reconocer nuestras culpas y
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errores.
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Cuando vivimos tan complacidos de
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nosotros mismos, que no necesitamos y no
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sentimos ni siquiera la necesidad de
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cambiar y de abrir el corazón a la
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misericordia del Señor, terminamos
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creyendo que somos mejores que los
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demás, a quienes juzgamos y condenamos
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con dureza. Y de este modo, en vez de
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acercarnos y encontrar a Dios, nos
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alejamos de él.
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El publicano, en cambio, se había
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quedado de pie a lo lejos. Ni siquiera
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quería mirar al cielo,
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sino que se golpeaba el pecho diciendo,
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"Oh, Dios, apiádate de mí, que soy un
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pecador."
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El publicano vivía expuesto a la
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vergüenza pública. Era señalado por
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todos.
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Él sabía que actuaba mal y que su vida
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estaba lejos de Dios.
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Por eso se presenta ante Dios sin
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máscaras, con las manos vacías y el
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corazón desnudo.
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Sabía que no tenía nada de qué gloriarse
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ante el Señor y que no podía contar ni
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con sus fuerzas ni con sus cualidades.
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Quizá incluso había querido cambiar,
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pero no podía.
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Desde aquella pobreza personal, el
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publicano sabía que solo podía contar
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con la misericordia de Dios. Dios mío,
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apiádate de mí, que soy un pecador.
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Atención que esto no es humildad,
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simplemente
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no es falsa modestia.
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Él sabe que ha hecho acciones
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deshonestas.
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no oculta ante Dios sus errores y su
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pecado, sino que confía infinitamente en
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la bondad del Señor.
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Como se siente indigno del templo,
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él mismo se vuelve templo,
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abajando los ojos, usando sus manos para
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golpearse el pecho, abriendo ante Dios
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su corazón y elevando humildemente su
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voz, implorando misericordia. Él era el
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templo.
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Permite que el Señor lo mire tal como es
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con sus luchas interiores, sus culpas,
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sus errores, su vergüenza, sus pecados.
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Somos como el publicano
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cuando tenemos el valor de aceptarnos,
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de ver cómo somos, de reconocer nuestros
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errores y aceptar que necesitamos de la
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misericordia de Dios.
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No tengamos miedo de que Dios nos mire
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por dentro. Él siempre nos mira con
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infinita bondad.
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Con la figura del publicano, Jesús
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quiere enseñarnos
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que encontramos a Dios no cuando nos
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sentimos orgullosos de nuestra bondad y
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nos creemos mejores que los demás,
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sino cuando nos presentamos ante él tal
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como somos. reconociendo nuestra pobreza
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y nuestros errores, pidiendo perdón y
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confiando en su infinita misericordia.
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Como pueden ver, la parábola no habla
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solo de la oración,
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es una parábola sobre la vida, sobre
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Dios, sobre nosotros mismos y sobre la
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sociedad. Son dos actitudes frente a la
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vida las que aparecen acá.
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Por eso es posible también hacer una
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lectura social y política de esta
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parábola, sobre todo si pensamos en los
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regímenes dictatoriales de nuestros
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países que continuamente mencionan a
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Dios e invocan su nombre mientras
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oprimen, roban y respetan los derechos
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humanos y destruyen el futuro de
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nuestros pueblos.
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Como el fariseo de la parábola, estos
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regímenes autoritarios, estas dictaduras
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se sirven de la religión para sí mismos,
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para tranquilizar sus conciencias, para
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usarlo como sustento ideológico o para
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ganarse la buena voluntad del pueblo
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sencillo y creyente.
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a Dios y le dan gracias
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en una abierta blasfemia por las
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supuestas bendiciones que reciben, que
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en realidad solo son el resultado de sus
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políticas autoritarias y corruptas para
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afianzarse en el poder, enriquecerse
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cada día más y conseguir sus propios
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intereses ideológicos con el fariseo de
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la parábola, los dictadores,
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sus familiares y quiénes los apoyan,
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creen como el fariseo, que no son como
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los demás.
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Se crea en una casta privilegiada y
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omnipotente.
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Están convencidos que nacieron para
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mandar, que son dueños del país y
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superiores al resto de la sociedad a la
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que someten y agreden.
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Estos practican lo que Francisco llamaba
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la religión del yo, porque exigen culto
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a sus personas y se imponen sobre el
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pueblo con aires mesiánicos e ínfula
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dinásticas. como si fueran pequeños
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dioses. Usan a Dios solo para confirmar
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su autoritarismo,
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pero nunca le piden perdón, pues no
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reconocen en ellos ninguna culpa. Como
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el fariseo, practican una religiosidad
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atea,
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no sienten necesidad de la misericordia
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de Dios, ni reconocen su justicia.
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Al final de la parábola de hoy, Jesús
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hace un juicio que nos deja
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desconcertados,
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proclama justo a un pecador
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y declara lejos de la justicia y del
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perdón de Dios a un hombre muy
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religioso.
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Jesús nos enseña que la oración del
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soberbio no llega al corazón de Dios,
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pero la oración del humilde lo abre de
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par en par. La arrogancia del fariseo lo
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cerró en sí mismo y quedó lejos de Dios.
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El publicano, en cambio, se abrió a Dios
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sin engaños ni hipocresía, con
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honestidad. Confió en su amor
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misericordioso y recibió el perdón de
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Dios. Pidamos hoy al Señor la gracia de
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conocernos,
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de no despreciar a nadie, de sentirnos
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siempre pobres interiormente y
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necesitados de la misericordia divina,
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orando siempre con las manos vacías y el
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corazón abierto ante nuestro Padre Dios,
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diciendo: "Dios mío, ten misericordia de
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mí, que soy un pecador."
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Amén. Amén.

