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Homilía de Monseñor Silvio Báez I Domingo de Adviento 30 noviembre 2025
Nov 30, 2025
El mensaje de monseñor Silvio José Báez este 30 de noviembre, en la iglesia Santa Ágatha de Miami, presentó el inicio del Adviento como un tiempo para recuperar fuerzas, sanar heridas y abrir los ojos ante el sufrimiento que atraviesa a Nicaragua y a su diáspora.
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Queridos hermanos y hermanas, hoy
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iniciamos el tiempo del Adviento.
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Esta palabra significa presencia,
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llegada, venida.
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En este tiempo renovamos nuestra fe en
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el Señor Jesús, el Hijo de Dios, que
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vino a nosotros naciendo de la Virgen
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María en Belén.
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Misterio que celebraremos con gran gozo
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en la Navidad.
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Él vendrá también al final de la
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historia para instaurar el cielo nuevo y
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la tierra nueva en donde reine la
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justicia.
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Con la venida de Jesús,
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Dios ha venido para siempre.
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No se ha retirado del mundo y no nos ha
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dejado solos.
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San Pablo resumió este misterio en una
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grandiosa frase: "El Señor está cerca.
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En el tiempo del Adviento queremos
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renovar
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nuestra fe en la cercanía del Señor.
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Este es un tiempo para serenarnos,
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recuperar fuerzas
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y ver el futuro con confianza.
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Es un tiempo propicio para dejar que el
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Señor sane las heridas que nos hacen
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sangrar en el corazón.
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enjugue nuestras lágrimas,
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nos acoja con ternura,
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nos consuele en medio de los problemas
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de la vida y nos dé fuerzas para volver
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a soñar y seguir caminando con renovada
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alegría.
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El Señor está cerca y está viniendo a
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nosotros cada día, pero nosotros podemos
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estar como adormecidos
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y no ser capaces de percibirlo.
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Corremos el riesgo de que el Señor pase
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delante y no nos demos cuenta de que nos
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esté llamando
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y no le respondamos,
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de que nos esté invitando a caminar por
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un determinado sendero y nosotros
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prefiramos ir por otro.
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A nuestro alrededor
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están brotando gérmenes de bien, de
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verdad y de bondad
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y no logramos verlos. No los
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identificamos
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ni los vemos con claridad. Estamos a
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veces como
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adormecidos.
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Jesús pone como ejemplo en el evangelio
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de hoy a la generación anterior al
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diluvio en los tiempos de Noé, cuando la
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gente comía, bebía, trabajaban, se
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casaban, hacían lo de siempre, pero sin
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ver más allá, distraídos por mil
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ocupaciones, sin darse cuenta de lo que
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ocurría en ellos y alrededor de ellos.
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Y cuando menos lo esperaban, sobrevino
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el diluvio y se llevó a todos.
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No hacían nada de malo. Su vida era la
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vida que todos llevaban.
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Simplemente vivían y trataban de
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responder como podían
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a la exigencia humana de felicidad.
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Los días de Noé son los nuestros.
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Cuando olvidamos levantar la mirada más
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allá y hacia arriba y nos contentamos
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con grandes bocados de actividades
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enfrenadas, de mundanidad engañosa o de
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superficialidad egoísta. Este es uno de
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los grandes retos y riesgos de la vida,
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ir tirando cada día, dejando que la vida
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nos arrastre.
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haciendo las cosas de siempre, viviendo
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con mediocridad
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como adormecidos,
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esclavos de cosas y de horarios,
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buscando la felicidad en el tener y
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acumular, sin grandes ilusiones,
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cargando sueños rotos y encerrados en
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nuestro pequeño mundo personal.
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Preguntémonos si estamos viviendo como
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deberíamos
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y si estamos haciendo lo que tendríamos
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que hacer. ¿Qué cosas importantes
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estamos descuidando en nuestra vida, en
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nuestro hogar, en nuestros centros de
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trabajo, en nuestro vecindario?
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¿A qué deberíamos dedicarle más tiempo?
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Somos sensibles
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al dolor de los demás, sobre todo los
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ancianos solos, los enfermos, los
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pobres, los emigrantes.
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Sentimos como propios los problemas de
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la humanidad.
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Dedicamos en el día tiempo para estar
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con el Señor y rezar, tomar la Biblia,
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leer un pasaje y escuchar su palabra.
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Podemos estar viviendo como la gente del
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tiempo de Noé, haciendo cosas y dejando
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que la vida transcurra.
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Jesús en el evangelio nos dice, "Velen
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estén preparados
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porque Dios está
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cerca,
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está dentro de ustedes y está en todas
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las cosas y no lo vemos."
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El Señor nos está buscando.
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No dejemos que nuestro corazón se
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endurezca por las preocupaciones,
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el egoísmo o la tristeza.
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Es tiempo para acoger a Jesús. No
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permitamos que los ojos de la fe se
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debiliten, no sea que ignoremos su
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presencia, que aunque a veces es
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discreta,
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es siempre amorosa y fiel.
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Es tiempo para dejarnos interpelar por
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el evangelio,
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para que nuestros oídos no se cierren a
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la palabra de Jesús, que es la verdad, a
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él que nos llama a seguirlo y a
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construir nuestra vida sobre su palabra.
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Este tiempo de adviento que iniciamos
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hoy hasta la Navidad nos educa al deseo
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y a la espera del Dios que viene en el
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silencio y en la oscuridad para cortar
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la noche.
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Viene, dice el evangelio, como un ladrón
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que no roba nada, pero nos ofrece todo.
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viene como un extranjero en medio de un
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mundo de corazones distraídos.
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Hay que estar en vela,
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hay que vivir despiertos
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para acogerlo.
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Estar en vela es dejar de vivir como si
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no esperáramos nada.
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Estar en vela es permanecer con las
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manos vacías, dispuestos a recibir los
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dones
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que Dios nos quiere dar con conciencia y
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con responsabilidad.
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Estar en velas, estar despierto, darle
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sentido a la vida, mirar más allá y
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mirar sobre todo hacia arriba.
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Estar en vela es también no dejarnos
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modelar, influenciar pasivamente
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por los antivalores que dominan la
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sociedad y la cultura. es reaccionar,
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despertarnos,
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mantener despierta la resistencia y la
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rebeldía ante la lógica de un mundo
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egoísta, materialista y violento. Todo
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esto es el Adviento, una llamada a
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despertar y a acoger al Señor que está
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viniendo, pasando siempre por nuestra
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vida. A nivel social, en las luchas por
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construir una sociedad más justa. Velar
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a la espera del Señor significa no
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quebrarnos ante los fracasos y los
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esfuerzos aparentemente estériles. No
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ceder ante el miedo y la represión, no
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callar ni ser indiferente.
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Velar y estar despiertos es estar
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atentos para ver con lucidez el presente
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y así vislumbrar un futuro distinto.
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Por eso
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debemos dedicar tiempo a informarnos con
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seriedad,
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a reflexionar personalmente y con los
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demás, compartiendo nuestras ideas con
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humildad y respeto. Esto también es ir
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construyendo un futuro nuevo. Sobre todo
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los líderes sociales deben estar
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despiertos,
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conscientes del momento presente para
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que no tomen decisiones apresuradas.
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que en vez de hacer florecer la historia
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corren el riesgo de repetirla y en vez
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de crear unidad alimentan el desánimo y
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la competencia estéril.
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Velar a la estera del Señor a nivel
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social es también estar despiertos para
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no dejarnos engañar
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por los gobiernos autoritarios,
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por los sistemas dictatoriales
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que por miedo y para lavarse la cara a
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nivel internacional, de vez en cuando
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quieren dar la impresión de ser
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flexibles y bondadosos.
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Despertemos y no nos dejemos engañar,
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mientras no devuelvan al pueblo todas
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las libertades y permitan abrir el
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camino hacia una democracia basada en la
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justicia y el derecho, siguen siendo
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poderes ilegítimos que hay que denunciar
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y sobre los cuales hay que seguir
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ejerciendo presión.
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Como creyentes no cedamos nunca ante el
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pesimismo.
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La resurrección de Jesús nos asegura el
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triunfo de la justicia, de la verdad y
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de la vida, aún en las situaciones más
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oscuras y las opresiones más dolorosas.
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Hoy hemos escuchado a San Pablo en la
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segunda lectura que nos dice, "Nuestra
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salvación está ahora más cerca de cuando
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abrazamos la fe. La noche ya está
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pasando, se acerca el día.
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Ha terminado el tiempo de la búsqueda de
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Dios y ha comenzado el tiempo de la
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acogida de Dios.
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No somos nosotros quienes tenemos que
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escalar hacia el cielo, sino que es Dios
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quien desciende a nosotros por amor. A
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Dios no lo merecemos, solo tenemos que
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acogerlo.
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Dios no se conquista,
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a Dios se le espera.
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El futuro puede parecer oscuro. Siempre
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hay dificultades en la vida.
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Las tareas que tenemos por delante
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pueden ser inmensas, pero el Señor está
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con nosotros para indicarnos el camino,
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para darnos ánimo en los momentos duros,
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para enjugar nuestras lágrimas y para
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preservarnos de todo mal. Esta es la fe
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que tenemos que renovar en el Adviento.
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El Señor está cerca, está con nosotros,
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está llegando cada día. Agradezcámosle
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los momentos de alegría, la bondad y la
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sonrisa de quienes nos aman y acojamos
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lo bueno que nos da la vida, pero
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velando sin distraernos
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ni durmiendo.
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Todas las cosas son un signo de la
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presencia amorosa del Dios con nosotros.
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Todo lo que existe es una caricia del
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Dios que nos ama y que está siempre
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viniendo a nosotros. Ven, Señor Jesús.
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Amén.
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