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Evangelio de hoy - Domingo 6 de julio de 2025 - Lucas 10:1-12, 17-20 - Biblia Católica
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Jul 6, 2025
¡Bienvenido a nuestro encuentro diario con la Palabra de Dios! Hoy meditamos tres lecturas llenas de consuelo, transformación y misión: la ternura de Dios en Isaías (Isaías 66,10-14), la cruz gloriosa en la carta a los Gálatas (Gálatas 6,14-18) y la misión de los setenta y dos discípulos en el Evangelio según San Lucas (Lucas 10,1-12.17-20). Primera Lectura (Isaías 66,10-14): El profeta nos presenta a Jerusalén como una madre que consuela. Dios promete paz, abundancia y restauración a su pueblo. Aquellos que se abandonan a su amor recibirán nueva fuerza y alegría, como un niño consolado en brazos de su madre. Segunda Lectura (Gálatas 6,14-18): San Pablo proclama que su única gloria es la cruz de Cristo. En ella encuentra su verdadera identidad y fuerza. Somos llamados a vivir como nueva creación, llevando en nosotros las marcas del Señor. Evangelio (Lucas 10,1-12.17-20): Jesús envía a setenta y dos discípulos a proclamar la paz y anunciar que el Reino está cerca. Al regresar, llenos de gozo, Jesús les recuerda que lo más importante no son los milagros, sino que sus nombres estén escritos en el Cielo. Reflexión y Llamado a la Conversión Dios nos consuela, nos transforma y nos envía. Hoy, Él también te llama a confiar en Su ternura, a vivir desde la cruz de Cristo y a ser mensajero del Reino con humildad y alegría. ¡Que estas lecturas iluminen tu jornada y fortalezcan tu fe! Cuéntanos en los comentarios qué mensaje ha tocado tu corazón hoy. 📖 Lecturas del Día: Primera Lectura: Isaías 66,10-14 Segunda Lectura: Gálatas 6,14-18 Evangelio: Lucas 10,1-12.17-20
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Lectura del libro del profeta Isaías.
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Alégrense con Jerusalén y regocíjense
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con ella todos los que la aman.
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Compartan su alegría todos los que
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lloran por ella, para que puedan mamar y
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saciarse del pecho de su consuelo y
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nutrirse y deleitarse del pecho de su
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gloria. Así dice el Señor, "He aquí, yo
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haré que fluya hacia ella la paz como un
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río y la gloria de las naciones como un
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torrente desbordante. Amamantarán, serán
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llevados en mi seno y serán acariciados
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en mis rodillas. Como una madre acaricia
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a su hijo, así los consolaré y serán
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consolados en Jerusalén. Verán todo esto
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y se alegrará su corazón y su vigor se
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renovará como la hierba del campo. La
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mano del Señor se revelará en favor de
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sus siervos. Palabra del Señor. Gracias
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a Dios.
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[Música]
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Lectura de la carta de San Pablo a los
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Gálatas. Hermanos, en cuanto a mí, me
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gloriaré solo en la cruz de nuestro
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Señor Jesucristo. Por él, el mundo ha
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sido crucificado para mí, como yo he
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sido crucificado para el mundo. Porque
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ni la circuncisión ni la incircuncisión
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valen nada. Lo que cuenta es la nueva
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creación. Y a todos los que siguen esta
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regla, como al Israel de Dios, paz y
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misericordia. De ahora en adelante que
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nadie me moleste porque llevo en mi
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cuerpo las marcas de Jesús. Hermanos, la
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gracia de nuestro Señor Jesucristo sea
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con ustedes. Amén. Palabra de Dios.
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Gracias a Dios.
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[Música]
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Proclamación del Evangelio de Jesucristo
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según San Lucas. Gloria a ti, Señor. En
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aquel tiempo, el Señor escogió a otros
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72 y los envió de dos en dos delante de
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él, a cada pueblo y lugar a donde él iba
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a ir. Les dijo, "La miesa es mucha, pero
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los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño
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de la mz que envíe obreros a su mz.
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Mirad, os envío como corderos en medio
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de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja,
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ni sandalias, y no saludéis a nadie por
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el camino. En cualquier casa que
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entréis, decid primero, pasa a esta
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casa. Si un amigo de paz vive allí, su
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paz reposará sobre él. Si no, su paz
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volverá a ustedes. Quédense en esa misma
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casa comiendo y bebiendo lo que les den,
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porque el trabajador merece su salario.
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No vayan de casa en casa cuando entren
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en un pueblo y sean bienvenidos. Coman
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lo que les pongan delante. Sanen a los
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enfermos que hay allí y digan a la
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gente, "El reino de Dios se ha acercado
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a ustedes." Pero cuando entren en un
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pueblo y no sean bienvenidos, salgan a
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sus calles y digan, "Hasta el polvo de
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su pueblo que se nos pega a los pies nos
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lo sacudimos en su contra." Pero sepan
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esto, el reino de Dios se ha acercado.
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Les digo que en ese día será más
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tolerable para Sodoma que para ese
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pueblo. Los 72 regresaron con alegría.
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diciendo, "Señor, hasta los demonios se
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nos someten por tu nombre." Jesús
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respondió, "Vi a Satanás caer del cielo
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como un rayo. Les he dado autoridad para
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pisotear serpientes y escorpiones y
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sobre todo el poder del enemigo, y nada
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les hará daño. Pero no se alegren por
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esto, porque los espíritus se les
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sujetan. Alégrense más bien porque sus
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nombres están escritos en el cielo.
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Palabra de salvación. Gloria a ti,
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Señor.
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
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imaginen a una madre que no ha visto a
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su hijo durante muchos años. Se fue
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joven, quizás herido, quizás rebelde,
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quizás simplemente buscando su propio
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camino. Los años pasaron y el silencio
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se extendió como una sombra entre ellos.
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Pero ahora por fin llega una carta. Él
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regresa a casa. ¿Pueden imaginar el
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rostro de esta madre? La alegría que
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desborda sus ojos, la sonrisa
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incontenible, las lágrimas de alegría
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que le corrían por las mejillas. Esta
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imagen de alegría maternal, de
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reencuentro y consuelo. Es precisamente
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lo que nos presenta el profeta Isaías en
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nuestra primera lectura de hoy.
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Alégrense con Jerusalén y regocíjense
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con ella. Todos los que la aman. El
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profeta describe una imagen de
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celebración cósmica, una fiesta que
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abarca a toda la creación, pero no se
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trata de una alegría superficial ni
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pasajera. Isaías usa una de las imágenes
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más poderosas e íntimas de la
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experiencia humana, el amor maternal.
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Como a quien consuela su madre, así los
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consolaré yo. Qué promesa tan
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extraordinaria.
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El Dios del universo, el creador de
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todas las cosas, nos ama con la ternura
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de una madre que acuna a su hijo en sus
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brazos. Reflexionen un momento sobre
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esta imagen. Una madre no consuela solo
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con palabras. Consuela con su presencia,
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con su tacto, con el calor de sus
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brazos. Consuela conociendo íntimamente
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las necesidades de su hijo,
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anticipándose a sus dolores, celebrando
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sus alegrías. Así es como Dios nos ama.
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Así es como él nos consuela. Isaías
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continúa, serán criados y llevados en
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brazos y acariciados sobre las rodillas.
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Qué lenguaje tan íntimo y cariñoso. Dios
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no es un déspota distante, sino un padre
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amoroso que nos alimenta, nos carga
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cuando estamos cansados, nos acaricia
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cuando necesitamos consuelo. Y luego
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viene la promesa que debería llenarnos
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de alegría. Se alegrará vuestro corazón
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y vuestros huesos florecerán como la
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hierba.
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No es solo una alegría emocional, es una
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renovación total de nuestro ser. Cuando
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experimentamos verdaderamente el amor
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reconfortante de Dios, algo fundamental
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en nosotros se transforma, se renueva,
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se revitaliza. Pero, ¿cómo
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experimentamos este consuelo divino?
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¿Cómo nos convertimos en receptores de
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la alegría maternal de Dios? La
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respuesta nos la da la segunda lectura y
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el evangelio. San Pablo, escribiendo a
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los Gálatas hace una afirmación que
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podría sonar extraña a oídos modernos,
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pero que yo no me glorí sino en la cruz
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de nuestro Señor Jesucristo.
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Gloriarse en la cruz, ¿no es eso como
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jactarse del sufrimiento, el dolor y la
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muerte? Pero Pablo comprende algo
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profundo sobre la naturaleza de la vida
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cristiana. La cruz no es solo un símbolo
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de sufrimiento, es el símbolo supremo
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del amor sacrificial de Dios. Es donde
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el amor maternal de Dios que Isaías
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describe tan bellamente se manifiesta de
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forma más radical y transformadora.
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Pablo continúa, "Por ella el mundo ha
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sido crucificado para mí y yo para el
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mundo. Qué transformación tan radical. A
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través de la cruz, nuestra perspectiva
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sobre lo que es verdaderamente
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importante cambia por completo. Los
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valores del mundo, el éxito, el poder,
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la acumulación pierden su poder sobre
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nosotros. Somos libres para vivir según
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un nuevo orden, una nueva creación,
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porque no cuenta ni la circuncisión ni
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la incircuncisión, sino la nueva
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creación. Pablo nos dice que las
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distinciones superficiales que dividen a
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la humanidad, raza, clase social,
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tradiciones religiosas, no son lo que
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realmente importa. Lo que importa es la
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transformación fundamental que ocurre
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cuando nos convertimos en parte de la
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nueva creación de Dios. Es en este
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contexto de nueva creación, de
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transformación radical que Jesús envía a
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los 72 discípulos en nuestra lectura del
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evangelio. Este envío no es solo una
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misión evangelizadora, es una
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manifestación del nuevo orden que Dios
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está estableciendo en el mundo. Jesús
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los envía como corderos en medio de
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lobos. De nuevo, como en lecturas
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anteriores, Jesús usa la imagen de la
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vulnerabilidad en medio de la
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hostilidad. Pero hay algo poderoso en
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esta vulnerabilidad.
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Los corderos no confían en su propia
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fuerza, confían plenamente en el pastor.
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De la misma manera, los discípulos son
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enviados no con sus propias credenciales
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ni poder, sino con la autoridad de
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Cristo. No lleven bolsa, ni alforja, ni
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sandalias.
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Jesús está eliminando todas las
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seguridades terrenales. Los discípulos
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deben depender completamente de la
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providencia de Dios y de la hospitalidad
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de aquellos a quienes son enviados. Qué
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fe tan radical. Pero Jesús también les
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enseña a proclamar un mensaje
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específico. El reino de Dios está cerca.
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Esta es la esencia de la buena noticia
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que deben compartir. No es una filosofía
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abstracta ni una doctrina complicada. Es
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la proclamación sencilla y poderosa de
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que Dios está estableciendo su reino de
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amor, justicia y paz en el mundo. Y
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cuando los discípulos regresan, irradian
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alegría. Señor, hasta los demonios se
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someten a nosotros en tu nombre. Han
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experimentado el poder transformador del
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reino de Dios. Han visto con sus propios
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ojos que las fuerzas del mal no pueden
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resistir el amor de Dios. Pero Jesús los
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redirige. No se alegren de que los
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espíritus se les sometan, sino alégrense
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de que sus nombres estén escritos en el
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cielo. Jesús señala una alegría más
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profunda y duradera. No se trata solo de
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lo que podemos hacer por Dios, se trata
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de lo que Dios ha hecho por nosotros.
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Nuestros nombres están escritos en el
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cielo. Somos hijos amados del Padre
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Celestial. Mis queridos hermanos y
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hermanas, hoy estamos invitados a
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experimentar la misma alegría que
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proclama Isaías, la misma transformación
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que describe Pablo, la misma misión que
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Jesús confía a sus discípulos. Primero,
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estamos llamados a recibir el consuelo
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maternal de Dios. Muchos llevamos
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heridas, miedos y ansiedades.
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Necesitamos permitir que Dios nos
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consuele como una madre consuela a su
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hijo. Esto requiere que nos acerquemos a
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él con la vulnerabilidad de un niño,
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admitiendo nuestras necesidades y
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permitiéndole que nos alimente, nos
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cargue y nos acaricie. Segundo, estamos
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invitados a abrazar la cruz como lo hizo
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Pablo. Esto no significa buscar el
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sufrimiento, sino comprender que la
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auténtica vida cristiana requiere
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sacrificio. Cuando elegimos amar como
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Cristo amó, cuando priorizamos el reino
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de Dios por encima de nuestros propios
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deseos, cuando servimos a los demás en
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lugar de ser servidos, estamos abrazando
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la cruz. Tercero, estamos llamados a
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vivir como una nueva creación. Esto
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significa dejar atrás los viejos
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patrones de pensamiento y comportamiento
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que nos dividen y separan. Significa ver
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a los demás no a través de la lente del
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prejuicio o la diferencia, sino a través
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de los ojos del amor de Dios. Cuarto,
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somos enviados en misión. Así como Jesús
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envió a los 72, nos envía a nosotros a
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proclamar el reino de Dios en nuestro
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mundo. Esta misión no es solo para
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pastores o misioneros profesionales, es
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para toda persona bautizada. Cada uno de
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nosotros está llamado a ser mensajero de
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la buena nueva. Finalmente, se nos
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invita a una alegría profunda y
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duradera. No la alegría superficial que
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depende de las circunstancias externas,
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sino la alegría que proviene de saber
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que nuestros nombres están escritos en
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el cielo, que somos hijos amados de
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Dios, que formamos parte de su nueva
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creación. Imaginen cómo sería si cada
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uno de nosotros viviera plenamente en
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esta realidad. Si permitiéramos que Dios
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nos consolara como una madre amorosa
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consuela a su hijo, si aceptáramos la
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cruz como el camino a la vida verdadera,
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si viviéramos como nuevas criaturas,
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superando las divisiones que destruyen
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nuestra sociedad. Si saliéramos como
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misioneros del reino de Dios, llevando
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esperanza y sanación a un mundo herido,
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que como aquellos primeros discípulos
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regresemos de nuestra misión diaria
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radiantes de alegría no solo por lo que
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hemos logrado, sino por la seguridad de
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que pertenecemos a Dios, de que nuestros
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nombres están escritos en el cielo y de
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que somos partícipes de la nueva
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creación que Dios está estableciendo en
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el mundo. Que el consuelo maternal de
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Dios nos rodee, que la cruz de Cristo
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nos transforme, que el poder del reino
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nos fortalezca. Y que la alegría del
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cielo llene nuestros corazones hoy y
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siempre. Y que la gracia de nuestro
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Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre
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y la comunión del Espíritu Santo estén
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con todos ustedes. Amén.
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Santo Miguel Arcángel, defiéndenos en la
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batalla. Sé nuestro amparo contra la
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perversidad y las asechanzas del
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demonio. Reprímale, Dios. Pedimos
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suplicantes. Y tú, príncipe de la
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milicia celestial, arroja al infierno
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con el divino poder a Satanás y a los
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demás espíritus malignos que andan
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dispersos por el mundo para la perdición
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de las almas. Amén. He.
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[Música]