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Lectura del libro del Génesis. En
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aquellos días, Jacob se levantó de
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noche, tomó a sus dos esposas, a sus dos
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esclavas y a sus 11 hijos, y cruzó el
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vado de Yabok. Después de ayudarlos a
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cruzar el arroyo y de haber traído todas
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sus pertenencias, Jacob se quedó solo.
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Un hombre luchó con él hasta el
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amanecer. Al ver que no podía con él, le
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tocó el tendón del muslo y al instante
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se le dislocó el muslo mientras luchaba.
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El hombre le dijo a Jacob, "Suéltame,
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que ya amanece." Pero Jacob respondió,
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"No te soltaré si no me bendices."
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El hombre le preguntó, "¿Cómo te
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Respondió Jacob. le respondió, "No te
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llamarás Jacob, sino Israel, porque has
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luchado con Dios y con los hombres y has
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vencido." Jacob le dijo, "Dime tu
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nombre, por favor." Él respondió, "¿Por
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qué me preguntas mi nombre?" Y lo
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bendijo allí. Y Jacob llamó a aquel
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lugar Fanuel, diciendo, "He visto a Dios
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cara a cara y he sido salvada."
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Salió el sol al pasar por Fanuel y
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cojeaba a causa del muslo. Por eso los
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hijos de Israel no comen el tendón de la
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cadera hasta el día de hoy, porque Jacob
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fue herido en el tendón. Palabra de
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Dios. Gracias a Dios.
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Proclamación del Evangelio de Jesucristo
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según San Mateo. Gloria a ti, Señor. En
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aquel tiempo trajeron ante Jesús a un
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hombre mudo y endemoniado. Cuando el
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demonio fue expulsado, el mudo comenzó a
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hablar. La multitud asombrada decía,
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"Jamás se ha visto cosa igual en
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Pero los fariseos decían, "Por el
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príncipe de los demonios expulsa a los
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demonios." Jesús recorría todas las
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ciudades y aldeas enseñando sus
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sinagogas, predicando el evangelio del
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reino y sanando toda enfermedad y
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dolencia. Al ver a las multitudes, Jesús
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sintió compasión de ellas, porque
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estaban agobiadas y desamparadas como
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ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus
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discípulos, "La mies es mucha, pero los
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obreros pocos. Rogad pues al Señor de la
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mz que envíe obreros a su mz. Palabra
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del Salvador. Gloria a ti, Señor.
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
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imagínense en medio de una batalla
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épica. No se trata de una guerra común
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librada con armas de fuego y metal, sino
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de una lucha que trasciende lo físico,
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una batalla del alma donde cada
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movimiento determina no solo el destino
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de un momento, sino el curso de toda una
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vida. Esta es la escena que se
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desarrolla en la primera lectura de hoy,
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cuando Jacob se encuentra solo en la
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oscuridad de la noche, enfrentándose a
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un misterioso adversario a orillas del
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río Jaboc. Jacob, el engañador, el
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usurpador, el hombre que había pasado
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toda su vida luchando contra su hermano
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Esaú, contra su suegro Labán, contra las
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circunstancias, contra sí mismo. Ahora,
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en un momento crucial de su camino, se
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encuentra en una lucha que durará hasta
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el amanecer. Pero esta no es una lucha
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común, es una confrontación con Dios
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mismo, una lucha divina que cambiará
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para siempre su identidad y su destino.
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No te soltaré si no me bendices clama
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Jacob, aferrándose a su adversario
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divino, incluso con el muslo dislocado.
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Qué poderosa imagen de perseverancia.
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Aún herido, incluso con dolor, Jacob no
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se rinde. Entiende que este momento es
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decisivo, que su futuro depende de esta
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lucha. Y entonces llega la pregunta que
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resuena a través de los siglos, ¿cuál es
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tu nombre? No es una pregunta casual. En
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la cultura bíblica, un hombre conlleva
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el peso de la identidad, el carácter y
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el destino. Cuando Jacob responde,
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Jacob, que significa su plantador o
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engañador, confiesa no solo su nombre,
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sino su naturaleza, sus defectos, su
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historia de manipulación y engaño. Pero
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Dios no lo deja atrapado en esta
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identidad limitada. Ya no se llamará
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Jacob, sino Israel, porque has luchado
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con Dios y con los hombres y has vencido
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un nombre nuevo, una nueva identidad,
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Israel, el que lucha con Dios y
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prevalece, no mediante la fuerza bruta
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ni la astucia, sino mediante una
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persistencia que se niega a renunciar a
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la bendición divina. Mis queridos
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hermanos y hermanas, ¿cuántos de
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nosotros no nos identificamos con Jacob?
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¿Cuántos de nosotros no llevamos
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nombres? No necesariamente nuestros
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nombres de pila, sino las etiquetas que
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la vida nos ha dado o que hemos asumido
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para nosotros mismos. Fracaso,
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rechazado, indigno, limitado, pecador
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sin esperanza. ¿Cuántos de nosotros no
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necesitamos una lucha con Dios que
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resulte en una nueva identidad? La
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belleza de esta historia es que Dios no
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solo soporta nuestra lucha, la invita a
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ella. No se ofende cuando cuestionamos,
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cuando luchamos, cuando nos negamos a
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aceptar respuestas fáciles. Al
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contrario, honra nuestra persistencia,
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nuestra negativa a renunciar a su
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bendición. Jacob emerge de esta lucha
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transformado, pero no ileso. Cojea por
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el resto de su vida, llevando en su
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cuerpo la marca de su encuentro con
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Dios. Esto nos enseña algo profundo.
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Nuestra transformación espiritual a
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menudo proviene del quebrantamiento, no
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de la fuerza. Es en nuestra debilidad
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donde se perfecciona la fuerza de Dios.
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Pasando al evangelio, vemos a Jesús en
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acción, demostrando compasión divina de
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maneras tangibles. Un hombre mudo y
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poseído por un demonio es llevado ante
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Jesús. Con una palabra, Jesús expulsa al
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demonio y el hombre silenciado recupera
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la voz. La multitud se asombra. Jamás se
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ha visto algo igual en Israel. Pero no
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todos quedan impresionados. Los
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fariseos, cegados por la envidia y el
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orgullo, atribuyen el poder de Jesús a
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Belcebú. Qué contraste tan marcado. La
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misma acción que trae esperanza a
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algunos trae acusaciones a otros. Esto
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nos recuerda que nuestra respuesta a los
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milagros de Dios revela mucho sobre el
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estado de nuestro corazón. Jesús no se
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detiene en la crítica. Continúa viajando
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de pueblo en pueblo, enseñando,
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predicando y sanando. Y entonces sucede
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Jesús mira a la multitud y siente
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compasión, pero no es una compasión
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pasiva ni sentimental. Es una compasión
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que lo impulsa a la acción. La mesa es
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mucha, pero los obreros pocos. Observa
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Jesús. Ve la necesidad espiritual de las
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personas. como ovejas sin pastor,
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perdidas, perdidas, perdidas. Y entonces
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viene el llamado, rogad pues al Señor de
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la mz que envíe obreros a su mz. Aquí
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radica la profunda conexión entre
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nuestras dos lecturas. Jacob luchó con
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Dios y fue transformado de engañador en
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príncipe. Jesús ve la necesidad del
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mundo y nos llama a ser parte de la
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solución. Ambas historias nos invitan a
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una transformación que nos capacita para
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el servicio. Pero, ¿cómo nos convertimos
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en estos obreros de la mz? ¿Cómo pasamos
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de nuestra identidad limitada a
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convertirnos en instrumentos de la
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compasión de Dios? Primero, necesitamos
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nuestra propia experiencia de luchar con
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Dios. Necesitamos acercarnos a él con
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nuestro bagaje, nuestras limitaciones,
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nuestros miedos y negarnos a abandonar
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su presencia sin una bendición. Esto
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requiere una honestidad absoluta sobre
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quiénes somos realmente, confesando
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nuestros verdaderos nombres ante Dios.
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En segundo lugar, debemos estar
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dispuestos a recibir una nueva
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identidad. Así como Jacob se convirtió
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en Israel, estamos llamados a abrazar
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nuestra identidad como hijos amados de
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Dios, coherederos con Cristo y
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portadores de la imagen divina. Esto no
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es solo un cambio de perspectiva, sino
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una transformación fundamental de
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nuestro ser. En tercer lugar,
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necesitamos desarrollar la compasión de
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Cristo. Cuando observamos el mundo que
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nos rodea, ¿vemos solo problemas y
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personas difíciles? ¿O vemos ovejas sin
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pastor necesitadas de cuidado y
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dirección? Nuestra visión revela el
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estado de nuestro corazón. En cuarto
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lugar, debemos responder al llamado a
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ser obreros en la mes. Esto no significa
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necesariamente dejar nuestros trabajos
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para convertirnos en misioneros
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profesionales. Significa reconocer que
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donde quiera que estemos estamos
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llamados a ser agentes de la compasión
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de Dios, llevando sanidad, esperanza y
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transformación a un mundo herido. Por
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último, debemos estar preparados para el
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costo. Jacob emergió de su lucha
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transformado, pero cojeando. Jesús nos
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advierte que seguir su ejemplo de
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compasión no siempre será fácil ni
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popular, pero es en este camino de
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servicio sacrificado donde encontramos
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nuestro verdadero propósito e identidad.
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Mis queridos hermanos y hermanas, hoy se
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nos invita a nuestra propia lucha con
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Dios. No una lucha de rebelión o
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resistencia, sino una lucha de fe, una
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lucha espiritual que se niega a aceptar
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menos de la bendición plena de Dios.
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Estamos llamados a llevar nuestros
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verdaderos nombres, nuestras
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limitaciones, nuestros miedos, nuestros
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fracasos y permitir que Dios nos dé una
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nueva identidad. Y una vez
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transformados, somos enviados a un mundo
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que necesita desesperadamente ver la
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compasión de Cristo en acción. Cada
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persona que conocemos es una oportunidad
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para ser obreros en la miesz de Dios.
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Cada situación difícil es una
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oportunidad para demostrar el poder
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transformador del evangelio. Que como
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Jacob persistamos en nuestra búsqueda de
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Dios hasta recibir su bendición. Que
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como Jesús miremos el mundo con genuina
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compasión y nos sintamos impulsados a la
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acción. Que seamos instrumentos de
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sanación para los mudos, liberación para
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los oprimidos y esperanza para los
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desesperados. Y que al final de nuestro
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camino miremos atrás y veamos no solo
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las vidas que nos rodean transformadas,
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sino también nuestra propia
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transformación, de personas limitadas
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por sus circunstancias a príncipes y
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princesas en el reino de Dios, fieles
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obreros en la miesz del Señor. Que el
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Dios que luchó con Jacob y lo transformó
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en Israel, que movió a Jesús a la
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compasión por las multitudes, nos
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bendiga y nos use para su gloria. Amén.
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Santo Miguel Arcángel, defiéndenos en la
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batalla. Sé nuestro amparo contra la
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perversidad y las asechanzas del
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demonio. Reprímale, Dios. Pedimos
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suplicantes y tú, príncipe de la milicia
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celestial, arroja al infierno con el
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divino poder a Satanás y a los demás
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espíritus malignos que andan dispersos
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por el mundo para la perdición de las