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Lectura del Apocalipsis de San Juan. El
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templo de Dios en el cielo se abrió y el
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arca de su alianza apareció en el
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templo. Entonces apareció en el cielo
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una gran señal, una mujer vestida del
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sol luna bajo sus pies y sobre su cabeza
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una corona de 12 estrellas. Luego
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apareció otra señal en el cielo, un gran
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dragón de color fuego. Tenía siete
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cabezas y 10 cuernos, y sobre sus
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cabezas había siete coronas. Su cola
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arrastró la tercera parte de las
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estrellas del cielo y las arrojó a la
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tierra. El dragón se paró frente a la
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mujer que estaba a punto de dar a luz,
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dispuesto a devorar a su hijo tan pronto
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como naciera. Y ella dio a luz un hijo
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varón que había de regir a todas las
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naciones con vara de hierro. Pero el
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niño fue llevado ante Dios y su trono.
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La mujer huyó al desierto, donde había
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un lugar que Dios le había preparado.
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Entonces oí una gran voz en el cielo que
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proclamaba: "Ahora ha llegado la
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salvación, el poder y el reino de
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nuestro Dios y la autoridad de su
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Cristo." Palabra del Señor. Gracias a
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Lectura de la primera carta de San Pablo
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a los Corintios. Hermanos, Cristo
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resucitó de entre los muertos, primicias
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de los que durmieron, porque por un
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hombre vino la muerte y por un hombre la
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resurrección de los muertos. Así como en
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Adán todos mueren, también en Cristo
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todos serán vivificados. Pero cada uno
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en su orden, Cristo primero, las
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primicias, luego los que pertenecen a
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Cristo en su venida. Después vendrá el
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fin, cuando entregue el reino a Dios
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Padre, después de haber destruido todo
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principado, toda autoridad y todo poder.
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Porque es necesario que él reine hasta
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que todos sus enemigos sean puestos bajo
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sus pies. El último enemigo en ser
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destruido es la muerte. En efecto, Dios
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ha puesto todo bajo sus pies.
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Palabra del Señor. Palabra del Señor.
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Proclamación del Evangelio de Jesucristo
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según San Lucas. Gloria a ti, Señor. En
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aquellos días, María se puso en camino y
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fue apresuradamente a un pueblo de
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Judea, en la región montañosa. Entró en
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casa de Zacarías y saludó a Isabel.
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Cuando Isabel oyó el saludo de María, la
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criatura saltó en su vientre e Isabel se
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llenó del Espíritu Santo. Con un fuerte
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grito, exclamó, "Bendita tú entre las
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mujeres y bendito el fruto de tu
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vientre. ¿Cómo puedo merecer que la
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madre de mi Señor venga a mí? En cuanto
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llegó a mis oídos tu saludo, la criatura
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en mi vientre saltó de alegría. Dichosa
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la que creyó, porque lo que el Señor le
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prometió se cumpliría. Entonces María
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dijo, "Mi alma engrandece al Señor y mi
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espíritu se regocija en Dios, mi
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Salvador, porque ha mirado con agrado la
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humildad de su esclava. De ahora en
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adelante todas las generaciones me
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llamarán bienaventurada, porque el
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Todopoderoso ha hecho grandes cosas por
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mí. Santo es su nombre y su misericordia
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llega de generación en generación a los
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que le temen. Ha hecho proezas con su
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brazo, ha dispersado a los soberbios de
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corazón, ha derribado a los poderosos de
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sus tronos y enaltecido a los humildes.
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Ha colmado de bienes a los hambrientos y
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ha despedido a los ricos con las manos
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vacías. Él auxilió a Israel. su siervo,
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acordándose de su misericordia, como lo
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prometió a nuestros padres, para con
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Abraham y su descendencia por siempre.
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María permaneció con Isabel 3 meses y
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luego regresó a casa. Palabra de
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salvación. Palabra de salvación. Gloria
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Queridos hermanos y hermanas en Cristo,
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imaginen por un momento que observan el
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cielo nocturno. De repente, las
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estrellas comienzan a moverse, formando
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una danza celestial de luz y belleza.
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aparece una mujer vestida de sol con la
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luna bajo sus pies y una corona de 12
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estrellas sobre su cabeza. Esta
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extraordinaria imagen del Apocalipsis no
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es solo una visión mística, sino una
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invitación a contemplar el sublime
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misterio de la maternidad divina y su
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importancia para toda la humanidad. Hoy
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celebramos la Asunción de Nuestra
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Señora, una fiesta que nos invita a
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contemplar no solo la glorificación de
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María, sino también el glorioso destino
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que Dios nos ha preparado. Las lecturas
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de hoy pintan un magnífico cuadro de
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esperanza, victoria y transformación que
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resuena a través de los siglos. En el
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Apocalipsis, Juan nos presenta una
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visión que desafía nuestra imaginación.
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Una gran señal apareció en el cielo. Una
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mujer vestida de sol con la luna bajo
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sus pies y sobre su cabeza una corona de
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Esta no es una descripción casual. Cada
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elemento tiene un profundo significado.
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La mujer vestida de sol representa la
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gloria divina que rodea a María. La luna
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bajo sus pies simboliza su victoria
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sobre las fuerzas de la oscuridad y la
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muerte. Las 12 estrellas en su corona
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nos recuerdan a las 12 tribus de Israel
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y a los 12 apóstoles, conectando el
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Antiguo y el Nuevo Testamento. Esta
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mujer está embarazada, llorando de dolor
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en la agonía del parto. ¡Qué imagen tan
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poderosa! María, en su maternidad no
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solo trajo a Cristo al mundo, sino que
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también participó íntimamente en el
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drama de la salvación. Sus dolores de
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parto son los dolores de un mundo
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redimido, del nacimiento de una nueva
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creación. Pero la visión continúa con
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una imagen aterradora, un dragón rojo
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con siete cabezas y 10 cuernos dispuesto
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a devorar al niño noato. Este dragón
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representa todas las fuerzas del mal que
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se oponen al plan de salvación de Dios.
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Desde el comienzo de la historia humana,
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desde la primera promesa de redención en
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el Edén, Satanás ha intentado frustrar
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la obra salvadora de Dios. Pero cuidado,
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el dragón no vence. El niño fue
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arrebatado hasta Dios y su trono.
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Cristo, nacido de María, vence a la
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muerte y asciende al cielo. Y María, la
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mujer coronada de estrellas, encuentra
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refugio en el desierto, donde Dios le
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había preparado un lugar. Esta no es
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solo una historia sobre María, también
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es nuestra historia. Cada uno de
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nosotros está invitado a participar en
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esta batalla cósmica entre el bien y el
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mal. entre la luz y la oscuridad. Y
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María nos muestra el camino a la
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victoria mediante la fe, la obediencia y
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la plena confianza en Dios. En la
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segunda lectura, Pablo nos ofrece una
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perspectiva complementaria de esta
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victoria. Cristo ha resucitado de entre
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los muertos, primogénito de los que
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murieron. Qué declaración de esperanza.
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Cristo no solo conquistó la muerte para
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sí mismo, sino que allanó el camino para
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que todos participemos de esta victoria.
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Pablo usa una analogía agrícola que
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resuena profundamente. Así como en Adán
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todos mueren, también en Cristo todos
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Imaginemos un campo devastado por el
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invierno, aparentemente muerto y sin
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vida. Pero bajo la superficie, las
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semillas esperan la primavera para
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brotar y dar nueva vida. De la misma
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manera, nuestra mortalidad en Adán se
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transforma en vida eterna por medio de
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Cristo. Y entonces Pablo nos ofrece una
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gloriosa visión del fin de los tiempos.
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Es necesario que reine hasta que haya
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sometido a todos sus enemigos bajo sus
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pies. El último enemigo en ser destruido
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es la muerte. Qué promesa tan
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No solo nuestra muerte individual, sino
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la muerte misma como fuerza cósmica será
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Es precisamente esta victoria sobre la
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muerte la que celebramos en la Asunción
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de María. Ella que llevó a Cristo en su
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vientre, que lo trajo al mundo, que
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permaneció fiel al pie de la cruz, ahora
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participa plenamente en su gloriosa
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resurrección. En el evangelio
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encontramos una escena más íntima, pero
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igualmente impactante. María, recién
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anunciada como la madre del Mesías,
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viaja apresuradamente a visitar a su
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prima Isabel. No se trata de una simple
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visita social, es el encuentro de dos
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mujeres embarazadas de promesas divinas.
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Cuando Isabel oyó el saludo de María, la
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criatura saltó en su vientre. Qué
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momento tan extraordinario.
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Incluso antes de nacer, Juan el Bautista
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reconoce la presencia de Cristo en el
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vientre de María. Es como si toda la
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creación reaccionara a la cercanía del
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Salvador. Y entonces Isabel, llena del
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Espíritu Santo, proclama una de las
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bendiciones más hermosas de la historia.
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Bendita tú entre las mujeres y bendito
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el fruto de tu vientre. Estas palabras
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que repetimos con cada Ave María no son
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un simple saludo, sino una proclamación
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profética de la importancia única de
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María en la historia de la salvación.
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Pero María no se queda callada.
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Prorrumpe en lo que conocemos como el
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Magnificat, un cántico que revela no
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solo su humildad, sino también su
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profunda comprensión del plan de Dios.
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Proclama mi alma la grandeza del Señor y
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mi espíritu se alegra en Dios, mi
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salvador. Observemos que María se
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refiere a Dios como su salvador.
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Incluso como madre de Dios reconoce su
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necesidad de salvación. Esto nos
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recuerda que María, aunque única en su
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vocación, comparte con nosotros la
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necesidad de la gracia redentora de
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Cristo. Pero el Magníficat va más allá
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de la experiencia personal de María. Es
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un cántico revolucionario que proclama
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la justicia de Dios. Derrocó a los
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poderosos de sus tronos y exaltó a los
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humildes. A los hambrientos los colmó de
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bienes y a los ricos los despidió con
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las manos vacías. María proclama que
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Dios no es indiferente a las injusticias
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del mundo. Él ve el sufrimiento de los
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oprimidos, escucha el clamor de los
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pobres y actúa para traer justicia y
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misericordia. Esta es una dimensión
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esencial del evangelio que a veces
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olvidamos. Dios no solo se preocupa por
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nuestras almas, sino por toda nuestra
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realidad humana. Queridos hermanos y
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hermanas, la Asunción de María no es
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solo una fiesta mariana, es una fiesta
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de esperanza para toda la humanidad.
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María, asunta en cuerpo y alma al cielo,
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es la primicia de nuestra futura
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resurrección. Ella nos muestra que el
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destino final de los seres humanos no es
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la corrupción del sepulcro, sino la
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gloria de la vida eterna con Dios. Pero
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esta esperanza no nos hace pasivos. Así
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como María resucitó deprisa para servir
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a Isabel, estamos llamados a levantarnos
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y servir a nuestro mundo herido. Estamos
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llamados a ser instrumentos de justicia
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y misericordia, proclamando con nuestras
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vidas que Dios derriba a los poderosos y
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enaltece a los humildes. Estamos
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llamados a ser como María, portadores de
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Cristo al mundo. Cada vez que consolamos
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a los afligidos, alimentamos a los
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hambrientos, visitamos a los enfermos,
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defendemos a los oprimidos, permitimos
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que Cristo nazca de nuevo en nuestro
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mundo a través de nosotros. Y cuando nos
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enfrentemos a las dificultades de la
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vida, cuando el dragón rojo de nuestros
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tiempos parezca amenazante, recordemos a
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la mujer vestida de sol. María enfrentó
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desafíos inimaginables. El escándalo de
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un embarazo inexplicable, la huida
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Egipto, la incomprensión, el dolor
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indescriptible de ver a su hijo
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crucificado. Pero a pesar de todo,
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mantuvo su fe, su esperanza, su
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confianza en Dios. Y al final su
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fidelidad fue recompensada con una
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gloria que supera toda imaginación. Ella
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que dijo sí al plan de Dios, incluso sin
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comprenderlo plenamente, ahora reina con
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Cristo en el cielo intercediendo por
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todos nosotros, sus hijos adoptivos. Que
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inspirados por su ejemplo, podamos decir
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nuestro propio sí a Dios cada día, que
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afrontemos los desafíos de la vida con
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la misma valentía y fe, y que vivamos
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siempre con la esperanza de la gloria
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que nos espera, sabiendo que la mujer
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vestida de sol nos ha precedido y nos
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espera en la casa del Padre. Que María,
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nuestra madre celestial, interceda por
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nosotros ahora y en la hora de nuestra
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muerte y nos guíe con seguridad hacia el
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mismo destino glorioso que ella alcanzó.
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Que su asunción sea para nosotros no
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solo motivo de celebración, sino fuente
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de esperanza e inspiración para vivir
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como verdaderos hijos e hijas de Dios.
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Bajo el manto protector de la reina del
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cielo, caminemos con confianza hacia la
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patría celestial, donde un día esperamos
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contemplar cara a cara aquel que María
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trajo al mundo para nuestra salvación.
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Santo Miguel Arcángel, defiéndenos en la
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batalla. Sé nuestro amparo contra la
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perversidad y las asechanzas del
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demonio. Reprímale, Dios. Pedimos
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suplicantes. Y tú, príncipe de la
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milicia celestial, arroja al infierno
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con el divino poder a Satanás y a los
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demás espíritus malignos que andan
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dispersos por el mundo para la perdición